Antes de la famosa fiesta, los danzadores necesitan prepararse: vestirse, y colocarse los zancos (el tacón, el posapiés, las espigas y las cuerdas han de estar en su justa medida). Por eso la ceremonia ante-danza que se realiza en las puertas de la parroquia es digna de contemplar. Los danzadores comienzan el baile en “La Obra”, plaza situada a la entrada de la Iglesia de San Andrés, el cual va seguido por la corta pero no por ello menos peligrosa y espectacular bajada, girando sobre sí mismos sobre los zancos, de las siete escaleras principales de acceso a dicha plaza. Después, y sin dejar nunca de moverse para no perder el equilibrio, caminan despacio, al son de la música de las dos dulzainas y el tamboril, hacia la famosa “Cuesta de los danzadores”, en la cual es ya de por sí difícil caminar con calzado normal debido al empedrado del suelo, ¡cuánto más con los zancos de casi medio metro de altura!. Si a esto le añadimos la pendiente próxima al 20% de desnivel que con destreza tienen que sortear y los 40 metros de los 58 de longitud que tiene la cuesta, nos encontramos con una danza peligrosa, atrevida y arriesgada para los ocho valientes jóvenes. Muestran así su madurez después de los años de niñez y pubertad. Es una prueba que tenía que pasar todo muchacho, para que los ciudadanos y ciudadanas lo considerasen no ya un niño sino joven. No era mal examen. Después de descender la cuesta empedrada y estrecha haciendo piruetas, los danzadores llegan a la “Plaza Mayor”. Allí, ya desprovistos de los zancos, del faldón y de las castañuelas, bailan los “troqueaos” ayudándose de unos palos de boj (o bujo como lo llaman en la villa). Al atardecer, tras el Rosario, se ejecuta de nuevo la arriesgada danza. En las fiestas de la Magdalena se realizan los bailes durante tres días, y en la de Gracias durante dos.